El dolor de no ser quien viniste a ser
No llegaste vacío.
Llegaste con algo dentro de ti.
Una forma. Una dirección.
Una verdad que ha estado ahí desde el principio.
El terapeuta rebelde y junguiano James Hillman lo llamó la Teoría de la Bellota.
Decía que hay un Daimon: una presencia dentro de ti que sabe exactamente en qué viniste a convertirte.
No suele gritar.
No da explicaciones.
Pero si lo traicionas, te castiga.
No con rayos.
Sino con culpa.
Con ansiedad.
Con vergüenza, depresión y duda.
Todo para recordarte que te saliste del camino.
El mensaje del Daimon es simple:
No necesitas un plan.
No necesitas inventarte.
Solo tienes que crecer en lo que ya eres.
Una bellota no se esfuerza por convertirse en roble.
No se promociona, ni se publica a sí misma.
Ya es un roble—escondido en una semilla.
Si la tierra la sostiene,
si nadie la aplasta,
y no la convencen de que es otra cosa—crece.
Contigo es igual.
Pero miraste alrededor.
Viste a personas que parecían grandes robles.
Robles delgados. Robles musculosos.
Robles ricos. Robles que manejan Bentleys y viven junto al agua.
Robles que ganan premios. Que se hacen virales.
Robles cubiertos de logotipos, halagos y admiración.
Y empezaste a dudar:
¿Qué pasa si crezco torcido?
¿Qué pasa si mis ramas se caen?
¿Y si no me veo como ellos?
¿Y si mis hojas no son perfectas?
¿Y si nunca brillo así o me vuelvo viral?
Entonces empezaste a imitar.
A actuar.
A forzarte dentro del molde de otro.
Ahí fue cuando apareció el dolor.
No el dolor ruidoso.
No el que provoca compasión.
Uno más profundo.
Una opresión en el pecho.
Una insensibilidad en tu trabajo.
Una sensación de fraude que se pega a tu voz, a tu presencia, a tus logros.
Lo sentiste.
Y lo has visto.
Gente disfrazada del árbol de alguien más:
El corredor de bienes raíces dando consejos de psicoterapia.
El contador vendiendo planes de alimentación.
El mecánico predicando sobre medicina china.
Todos diagnosticando trauma, adicción y narcisismo.
Todos pretendiendo.
Todos fingiendo la forma.
Mientras tanto, su Daimon está encadenado en las sombras.
Hambriento.
Ignorado.
Furioso.
Hillman lo llamó pérdida del alma.
Yo lo llamo culpa existencial.
Yo lo llamo traición al alma.
Y sí—duele.
No porque hayas fallado ante la sociedad.
Sino porque traicionaste tu verdadera naturaleza.
El sufrimiento no viene del pecado.
Viene de alejarte del plano que llevas dentro.
Y tu redención, tu sanación, tu poder—
no vendrán de convertirte en más.
No vendrán de hacks de gurús.
No vendrán de seguidores.
No vendrán de consejos de podcasts.
Vendrán de arrancarte todo lo que no es tuyo.
De pelar capa por capa todo lo que no te pertenece.
De seguir el tirón del Daimon.
Tu roble tal vez sea áspero.
Tal vez se incline de lado.
Tal vez nunca sea tendencia.
Pero será tuyo.
Será honesto.
Respirará.
Llevará cicatrices, pasión, aliento y verdad.
Así que déjame dejarlo claro:
Hasta que crezcas en tu propio roble, te vas a sentir como un fraude.
Admirarás en secreto a los que son auténticos—
mientras los envidias en silencio.
Ningún éxito será suficiente.
Ningún elogio llenará el vacío.
Ningún dinero comprará respeto.
Porque la paz y el poder no vienen de ser otro roble.
Vienen de escuchar al Daimon.
De rendirte a la sabiduría salvaje de tu propio diseño.
De pararte derecho en la forma que viniste a ser.
Eso requiere coraje.
Rebeldía.
Devoción.
Pero la recompensa es esta:
Vivir en el terror, la maravilla, y la gloria desnuda de ser tú.