Jódete. Y no te voy a abandonar.

Me lo dijo mi mentor John, junto a su pareja Dorothy. Me contaban sobre una pelea.

Uno de los dos dijo:

“Jódete. Y no te voy a abandonar.”

Cayó como un puñetazo… y una promesa.

Cortó el ruido. Dejó todo claro.

Las personas, en las relaciones, se esconden.

Castigan con silencio.

Tragan ofensas.

Y construyen resentimientos.

Esto era distinto.

Era honesto.

Una postura real.

Sin juegos. Sin máscaras.

Solo verdad.

Desde entonces, lo llevo conmigo.

En terapia.

En el amor.

En los momentos que importan.

No siempre uso esas palabras. Bueno… a veces sí.

Pero sobre todo, adopto la postura.

La presencia.

“Jódete. Y no te voy a abandonar.”

No es crueldad.

Es claridad.

Es amor que no se acobarda.

Entonces, ¿por qué la mayoría huye de algo así?

John Bowlby, el creador de la teoría del apego, nos dio la respuesta.

Dijo que llegamos al mundo con dos preguntas grabadas en nuestro cuerpo:

  1. “¿Qué es este lugar? ¿Es seguro?”

  2. “¿Puedo confiar en estos gigantes que me rodean?”

Y ponemos a prueba el mundo. Y a quienes lo habitan.

Cuando necesitamos algo, lloramos.

Levantamos los brazos.

Decimos, sin palabras: cárgame, protégeme.

Si alguien lo hace, aprendemos que el mundo es confiable.

Si no lo hacen, nos adaptamos.

Nos cerramos.

O suplicamos.

Nos volvemos autosuficientes como un “jódete” al mundo.

O nos aferramos, complacemos, rogamos.

Todo para no quedarnos solos.

Y esas experiencias tempranas… se quedan.

Nos siguen al amor.

Al silencio.

Se convierten en cada falso “me da igual lo que piensen”

y en cada “estoy bien” que no lo está.

Si nadie te cargó, el miedo te persigue.

Miedo a decir “jódete”, porque podrían irse.

Miedo a escucharlo, porque podría significar que no eres suficiente.

Que no eres digno de amor.

Así que te callas.

Actúas amable.

Te haces pequeño.

O estallas.

Amenazas.

Finges fuerza.

Montas una pose narcisista para esconder tu terror.

Y sí: es terror.

El terror de un niño perdido en el bosque, de noche.

Un niño que aprendió que el mundo es peligroso,

y que las personas no van a ayudarte.

Y ese miedo se repite.

Una y otra vez.

Durante años.

Durante toda una vida.

Pero algunos encontramos el camino de regreso desde ese terror.

Encontramos un mentor.

Una nueva figura materna o paterna que corrige la experiencia emocional que nos faltó.

Y juntos hacemos el trabajo.

Nos encontramos con ese niño aterrorizado que vive dentro.

Una y otra vez.

Cuando extiende los brazos, lo cargamos.

Ese nuevo mentor lo carga.

Ese nuevo padre o madre lo carga.

Y el adulto en el que nos hemos convertido… también lo carga.

Le decimos:

Eso fue antes. Esto es ahora.

Estoy aquí. Te tengo.

Y a través de la repetición, el rechazo se transforma en la experiencia de ser recogido.

Y nos fortalecemos.

Dejamos de huir.

Dejamos de temblar.

Cargamos nuestro dolor.

Y algunos de nosotros somos llamados a cargar el dolor de otros.

Cargamos a los niños dentro de nosotros.

A los hijos que traemos al mundo.

Y a los adultos que, sin saberlo, aún siguen extendiendo los brazos.

Y los cuidamos.

A veces con un:

“Jódete. Y no te voy a abandonar. Nunca te voy a abandonar.”

“Jódete” significa: te veo.

No estoy fingiendo.

No voy a desaparecer.

Y no voy a aguantar tu mierda tampoco.

Te voy a dar el regalo de los límites que protegen.

“No te voy a abandonar” significa: soy fuerte.

Lo suficientemente fuerte para quedarme.

Para presenciar tu proceso. Tu esencia.

No le tengo miedo a tu disfunción.

“Jódete. Y no te voy a abandonar” no es amable.

No es suave.

No es cómodo.

Pero es real.

Es limpio.

Es firme.

No parpadea.

Bowlby dijo que el trauma no es solo dolor.

El dolor es humano.

Estamos hechos para sentirlo.

El trauma es dolor… sin nadie ahí.

Nos rompemos cuando nadie se queda.

Sanamos cuando alguien lo hace.

“Jódete” es una afirmación de valor.

“No te voy a abandonar” es el suelo firme del poder de un ser humano completo.

Previous
Previous

El Grito de una Nueva Generación:

Next
Next

El dolor de no ser quien viniste a ser