El Grito de una Nueva Generación:

El jueves di una charla para Alternativa.

A mitad del camino, un rayo partió la sala en dos—inesperado, eléctrico y profundamente revelador.

Un empresario mexicano, exitoso en el mundo de la prensa y ahora en recuperación, se levantó a hablar.

Hizo lo que muchos hacen: usó el momento para autopromocionarse. Predecible. Ofreció una narrativa de redención pulida y reluciente.

Pero entonces leyó un mensaje de su hijo de 17 años.

Él no lo escuchó.

Pero yo sí.

Nosotros sí—los que escuchábamos con el alma.

Su hijo se lo dijo claro:

Tú nunca fuiste un padre.

Nos dejaste para perseguir tu narcisismo y tu placer.

A los 17, me convertí en el hombre de la casa.

Cuidé a mis hermanas mientras tú desaparecías detrás de tu máscara.

Y luego—esta hermosa daga:

Deja de publicar contenido familiar como si significara algo.

Como si hubieras participado en nuestra familia.

Es falso.

Está mal.

Después vino la invitación:

Acompáñame a una terapia real.

Con un terapeuta real.

No con tus coaches de Tony Robbins de mierda.

Ahí estaba.

La voz de una nueva generación—clara, valiente, implacable.

No hipnotizada por gurús, influencers ni retiros llenos de jueguitos espirituales para adultos.

Una voz hambrienta por lo real.

Y estoy seguro de esto:

Hay una generación que ahora rechaza—y se burla— de la cultura de wellness de Instagram, es decir, de la espiritualidad superficial y comercial Una generación que ve a través del fraude brillante de la psicología pop y la pseudoespiritualidad. Ya tuvieron suficiente de la “iluminación” perseguida por mentes adictas al consumo y cuerpos adictos a la imagen.

Están hartos de la hipocresía:

Padres que predican “crecimiento” pero solo hablan en hashtags y clichés.

Orgullosos de correr una maratón, en vez de ejercitar su dignidad y carácter.

Que levantan pesas mientras modelan una fortaleza emocional débil y valores superficiales.

Persiguiendo estatus y validación como adictos.

Han tenido que ver a sus madres posar en Instagram como modelos de revista que nunca fueron.

Y peor—madres que actúan en público como adolescentes, y lo presumen.

Que no tienen la dignidad firme de una mujer que sabe lo que significa ser madre,

sino la inseguridad de alguien que nunca terminó de convertirse en adulta.

Han tenido que avergonzarse al ver a sus padres—y madres—tomarse selfies frente al espejo,

mostrando su vergüenza en alta definición.

Exhibiendo una necesidad infantil de reconocimiento y validación en todo lo que hacen.

Pero la traición real va más hondo:

La tradición de padres que abandonaron su rol para convertirse en los “mejores amigos” de sus hijos.

Eso dejó a sus hijos huérfanos.

Huérfanos, y con “mejores amigos” que fracasaron en la obligación más grande de sus vidas.  

Estos hijos no solo se sintieron avergonzados.

Fueron heridos.

Heridos por la ausencia de adultos emocionales.

Adultos físicamente presentes—los alimentaron, los llevaron a pasear, los “aconsejaron” y “enseñaron”—

pero que se presentaban como adolescentes inmaduros.

Fallaron en proteger, guiar y amar

como modelos adultos y maduros—

no como compañeros de juego.

Pero ahora esta generación esta despertando.

Los escucho.

En las conversaciones de mi hijo de 18 años y sus amigos.

En el consultorio de terapia.

Y el jueves, en el mensaje leído por ese padre fracasado.

El mensaje de esta generación es claro, directo y anclado en la realidad.

Anclado en la madurez que no encontraron en sus padres.

No están pidiendo perfección.

No están pidiendo gurús.

Solo alguien real.

Alguien humano.

Alguien con columna vertebral de integridad y madurez.

Ese soy yo.

Tengo columna vertebral. Fuerte. Íntegra. Madura.

Y aquí, en Soul Architects, formamos terapeutas y mentores con esa columna vertebral.

Ofrecemos lo que esta generación está pidiendo a gritos:

El padre digno, maduro, anclado en la realidad.

La mujer que se enorgullece de su adultez—que no persigue imágenes hedonistas ni la fantasía de la adolescencia eterna,

sino que se mantiene erguida en su edad, su profundidad, su gracia.

Adultos que saben que la madurez no es un defecto—es un regalo.

Salí de esa charla conmovido.

Con la visión más clara.

Con el voto renovado.

No estamos aquí para entretener el ego herido.

Estamos aquí para construir catedrales en el alma.

Una nueva generación—hambrienta de fuerza del alma, madurez y una presencia adulta real—será honrada

Y con nuestra guía, se levantarán—no solo sanados, sino forjados—como arquitectos de sus propias almas.

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